El Señor de la Guerra, de Andrew Niccol
Demoledora película sobre el mundo del trafico de armas a través de los ojos de uno de los más importantes traficantes del mundo.
El film comienza mostrándonos un océano de balas hasta que poco a poco nos vamos acercando a un hombre que nos da la espalda, se vuelve y nos dice que en el mundo existe un arma por cada doce personas, lo cual ya es alarmante. Este hombre es Yuri Orlov, el cual nos irá relatando su ascensión en el mundo de las armas. Seremos testigos de cómo el joven Orlov, ruso que se exilia a USA haciéndose pasar por judío, ve en las armas una forma de ganar dinero rápido. Con ayuda de su hermano, visitará ferias de armamento, comenzará a vender a países del extranjero y a ser reconocido. Pronto se casará con la mujer de sus sueños, a la cual engañara (como bien dice el personaje “Ya que las relaciones se rompen por engaños ¿Por qué no pueden empezarlas también así?) ocultándole sus verdaderos negocios.
Como en todo negocio, Orlov tendrá competencia, la cual encontrara en el personaje de Simeon Weisz, el cual le comenta que siempre hay que tomar partido en una guerra, y hay que saber con quién se hacen los negocios. Además de tener al agente Valantine tras sus pasos en cada momento.
El principio del film es simplemente impactante y aterrador. Un plano secuencia desde la fabricación de una bala hasta el destino mortal de dicha bala. Seremos testigos de cómo pasa por una maquina de fabricación, hasta una caja llena de balas, pasando por Moscú y acabando en África en donde servirá para las guerrillas, y en donde el viaje de dicha bala acabara en el cráneo de un niño. Ese plano secuencia que llega a durar dos minutos (lo que son los títulos de crédito) no es sino un resumen del viaje al que vamos a asistir en la vida de Yuri Orlov. Al principio, el joven Yuri venderá a matones de poca monta, pero poco a poco y visitando paises extranjeros verá la posibilidad de vender a gran escala (tremendo el momento en que un guerrilero dispara ante sus ojos y la imagen se relentiza hasta que el sonido del repetidor se vuelve el de una maquina registradora). Y es que para Orlov, la guerra no es sino un negocio, algo con lo que enriquecerse. Para él la quiebra sería la paz, y eso es inadmisible en su mundo. Cuando la Unión Sovietica caiga será su oportunidad de aumentar su imperio del mal. Uno de sus más importantes compradores es un líder de Africa, él cual lo bautizará como “El señor de la guerra”, pues aunque los bandos se peleen en palabras, son las armas las que traen la destrucción, el horror, la guerra en su totalidad.
Sin embargo, su hermano, Vitaly, su brazo derecho, no lo ve de la misma manera. Adicto a las drogas por un negocio en el que se les pago con dicha mercancía, Yuri tendrá que cuidar de él y hospitalizarle en un centro de rehabilitación (aunque cuando salga siga consumiendo). Vitaly ve que son los causantes de tantas muertes (siendo incluso testigos de un brutal fusilamiento contra niños), pero su amor por su hermano es tan grande que estará a su lado hasta el final.
Una de las principales reglas del traficante de armas es: “Nunca seas alcanzado por tu propia mercancía”, y eso lo sabe muy bien Yuri Orlov. Pero en más de una ocasión vera como dicha mercancía le arrebatará a sus seres queridos (su mujer lo deja en el momento en que descubre su arsenal; su hermano muere ante sus ojos con una de las armas que acaba de vender; sus padres lo repudian). Una regla no establecida es “No dispares tu propia mercancía”, y eso parece que Yuri no lo sabe hasta que su mayor comprador de África le ponga un arma entre sus manos y apriete el gatillo para liquidar a Simon Weisz. En tal caso se podría entender que Yuri pierde su alma, pues para él no es más importante su familia que las armas.
El agente Valantine, con ayuda de Ava, la mujer de Orlov, detendrá a Yuri y lo llevará a la justicia. Pero, como en todos los grandes negocios ocurre, siempre hay alguien detrás. Y aquí viene lo más terrorífico, sin gente como Yuri, la guerra no existiría, y muchos poderosos perderían millones, así que les conviene que esté en la calle y siga realizando tan horribles negocios. Porque la guerra no es más que un negocio bañado de sangre.
El director Andrew Niccol escribe y dirige este valiente film que denuncia el terrible negocio del trafico de armas, con una agilidad y puesta en escena notables (véase la primera visita de Yuri y Vitaly a países pobres o el momento en que Yuri habla con Weisz cuando este ya esta muerto con la señal de la bala en su cabeza). Tras la decepcionante, aunque interesante en su planteamiento “Simone”, Niccol vuelve a la fuerza narrativa de títulos imprescindibles como “Gattaca”, su debut cinematográfico. El film tiene un ritmo ágil y no decae, aunque quizás en la segunda visita a África parece que se repentice la historia. Niccol mete momentos de humor negro, como cuando el líder africano mata a uno de sus hombres y Yuri le dice que ahora deberá comprar el arma por haberla usado, o la obsesión del hijo del mandatario en conseguir la ametralladora de Rambo.
El reparto está encabezado por Nicolas Cage que da vida a Yuri Orlov de manera correcta, en algunos momentos se excede en histrionismo (como cuando hace de vendedor ambulante tras descender el avión en África); Bridget Moynahan es Ava Fontaine, amor de Orlov, actriz y pintora frustrada, que desconoce los turbios negocios de su marido; Jared Leto está fabuloso como el hermano drogadicto de Yuri, Vitaly; Ian Holm siempre es solvente y aquí da vida al traficante Simeon Weisz; Ethan Hawke (que ya trabajo con Niccol en “Gattaca”) es el agente Valantine, breve papel al que el actor le sabe sacar su jugo.
En cierto sentido esta película se podría considerar un “El Precio del Poder” en versión armamentística, pues ambas hablan del ascenso de un hombre mediante negocios ilegales.
En definitiva, buena película de Niccol que crítica duramente el contrabando de armas y que es aterrador ver como personas con alto control mundial lo permiten, e incluso lo obligan.
7/10
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